El mayor de mis problemas

En mi país hay un dicho muy popular entre las señoras de cierta edad en cuanto a la elección de parejas se refiere: “Mi niña, en la vida es mejor dar compotas, que dar fricciones.” Creo en mi fuero interno que el guiño travieso que siempre sucede a estas palabras, parte de sus experiencias vividas junto al mismo hombre, que por décadas la ha acompañado en el santo acto del matrimonio, (santo no por su componente sacramental sino porque de seguro ambos habrán de ser enterrados medalla en pecho por soportar los diversos “olores” de su sempiterna pareja). Ocurre que el tiempo pasa para todo el mundo y si bien estas pintorescas y dicharacheras señoras han envejecido, sus esposos también. Es entonces, cuándo les pregunto: - ¿Y por qué no lo has dejado, si ya no es el que era? De seguro habrá algún joven mozo dispuesto a ganar en experiencia de tu mano- Y las respuesta siempre viene en forma de sonrisa autosuficiente: - El viejo no sabría qué hacer sin mí, además niña, quién lo va a soportar con lo majadero que se ha vuelto- y es cuando no puedo evitar reír  y recordar a mis profesoras de la facultad al hablar de los roles de género en la familia contemporánea. El patriarcado tiene la culpa de todo.

Pero si de dichos se trata, hay otro al que me afilio y en mi defensa enarbolo como bandera: “El hombre tiene la edad de la mujer que ama.” Así que, si hay que dar fricciones y esas vienen en un par de ojos azules, la palabra fácil, la sonrisa honesta, un oído atento, la sabiduría y la experiencia ¿dónde firmo como quiropráctica?

El mayor de mis problemas, era todo ojos, manos, lengua, una mente llena de áreas, perímetros y la palabra precisa para cada acontecimiento. El amigo que si fuera gay, sería perfecto y el hombre que si no fuese casado sería la pareja ideal. No obstante, aunque ambos sabíamos que nos metíamos en camisa de once varas decidimos intentarlo, porque como si de dicho se trata “hay una edad en la que es mejor quedarse con la culpa que con las ganas” y este hombre maravilloso acababa de abandonar la quinta década de vida para convertirse en un tierno adolescente de dieciséis años.


Mell

Comentarios

Entradas populares de este blog

A la orilla de la chimenea

No importa el tamaño de la varita, sino la habilidad del mago

Reseteando