¿Piropos?
Y si, parece que ya vamos saliendo del Coronavirus. En nuestro país todavía andamos bajo el slogan de “Quédate en casa”, y aunque algunos disfruten sabiendo que pueden salvar al mundo quedándose en la cama, yo al menos, estar más de que un fin de semana en casa sin poder salir, me pone de los nervios. Nunca creí decir esto, pero: “el trabajo, me ha salvado la vida”. No obstante, hay quienes logran evadir el encierro haciendo ejercicios, que implica salir a caminar calle arriba y calle abajo, con el nasobuco incluido. (Ni Word entiende esto del coronavirus, fíjense que cuando escribo la palabra nasobuco, me la marca incorrecta).
Pero volviendo al tema de los ejercicios, pues resulta que mi amiga, colega de este blog y yo, decidimos que, si otros podían salir a caminar, a ejercitarse, nosotras también. Así que nasobuco en rostro, nos fuimos al lío. Qué equivocadas estábamos… Se regalaba un sofoco por cada 200 metros. Pero ni lentas ni perezosas intentamos hacer nuestro mejor esfuerzo pues la libertad post confinamiento es la mejor sensación del mundo. Era el tercer mes de encierro para nosotras, pero también para buena parte de la comunidad masculina de la ciudad por lo que ese primer día de caminata, no fuimos las únicas en sofocarnos.
Piropos, si se le puede llamar de esa manera, a aquellas frases llenas de latinidad reprimida por meses, a los gestos dotados de caribe, playa, sol, arena y salsa. Y qué decir de las miradas, nuestros hombres hablan más con los ojos. A unos días de aquella tarde recuerdo sobre todo los silbidos, las alusiones a la carne en nuestra isla, los cuellos semifracturados porque la anatomía no da espacio para el giro de 180 grados, chirridos de los autos en los semáforos, más de uno detuvo el tráfico porque tenía algo que decirnos, aunque la luz verde solo durase 20 segundos y la sinfonía de los otros vehículos tenía que apiadarse de “su ver y no tocar”. Los retrovisores fueron las mejores cámaras nunca inventadas hasta que nos convertimos en un par de puntos en el horizonte para alguno de sus tripulantes.
Me alegra saber que el encierro ha permitido a nuestros especímenes refinar su repertorio de lisonjas, aunque por si acaso siempre llevo a esas andanzas libertarias los antipiropos con alguna Sabinada lista para combatir el mal gusto, que es el único idioma que me niego a aprender.
Mell

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