A la orilla de la chimenea
Hoy todo es diferente, hoy no bebo café, en cambio el té se enfría en la mesa, hoy no hay calor, sino un viento húmedo que me regresa a cierto lugar a la orilla del mar, hoy no hago este cuento para reírme, o recordar un mal trago, hoy tengo una sonrisa nostálgica en el rostro y un remolino en el pecho, hoy vengo a hablarles del hombre perfecto. No nos engañemos más, no seamos tan duras con la vida, el hombre perfecto sí que existe, solo que viene en diferentes formatos para cada una. Quizás me tome más líneas de lo normal, pero se las merece, todas y cada una.
Nos conocemos de toda la vida, pues es prácticamente parte de la familia; pero no empecé a notarlo hasta que cumplí los dieciocho años. Ese invierno fue muy parecido a los anteriores, las reuniones de navidad fueron como siempre, familiares y divertidas, a excepción de un insignificante detalle de pelo rojo y mirada dulce. Aquel año descubrí que detrás del chico con el que pasaba normalmente mis fines de año, se escondía un hombre, uno maravilloso. Desde ese momento espero ansiosa todos los inviernos para acurrucarme en su abrazo cálido y reconfortante. Pero la experiencia de ese año fue incomparable. Nunca me había sentido tan bien con nadie, nunca tan valorada, tan cuidada, tan respetada y deseada al mismo tiempo, nunca tan auténtica como con aquel hombre que me ha visto crecer, queriéndome en silencio en cada etapa, y viendo cosas que yo misma me tardé demasiado en ver. Las manos del tamaño perfecto, los brazos que abarcaban lo justo, la sonrisa que aflojaba las piernas, la bondad y la dulzura que enternecía hasta lo más fiero de mi corazón de guerrera. Mucho que decir, demasiados recuerdos para una tarde de verano, y demasiado tiempo enfriándose el té.
Solo voy a agregar que de ese hombre no me pude enamorar. Quizá fue mi mecanismo de defensa, pues no vivimos en el mismo país y él tiene sus prioridades muy bien organizadas, pero dentro del frenesí de mi corazón, encontré la fuerza para no ceder ante mis impulsivos sentimientos. Fuerza que eché en falta en ocasiones mucho más dolorosas, donde me hubiera venido como anillo al dedo por mi salud emocional, pero el ser humano es muy complejo y dentro de ello, las mujeres lo son aún más, así que cuando el corazón decide salirse del pecho con la persona equivocada y no lo detenemos, la razón se golpea insistentemente contra una pared, y se aferra a los recuerdos de quien sí merecía todo para sobrevivir a la avalancha desastrosa que viene en camino, mientras el subconsciente susurra que ese trabajo está muy mal pagado.
Alex

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