Another Margarita

¿Quién no ha deseado un affaire tras la barra de un bar de moda, o encima, o debajo? ¿Por qué será que esa superficie por la que discurren todo tipo de recipientes, manos y alcohol, resulta tan sexo-erótica? Debe ser porque también es en esa barra en las que se regalan sonrisas seductoras, susurros insinuantes por parte de clientas de labios rojos, que son casi siempre bien recibidas por el personal que se encuentra del otro lado. Nunca ordenar un trago, por el que además vas a pagar, se convierte en una misión de seducción tan ardua como cuando hay un hombre sexy al que lanzar el lazo.

No, amigas y amigos, no soy una chica de la barra, pero confieso que en una ocasión saqué mi mejor labial rojo pasión y me propuse obtener de aquel barman, más que un trago gratis. Solo había un pequeño problema de 1.79, mi colega de blog. Pero como buenas amigas que somos y jugar limpio en materia de placeres siempre ha sido nuestro principio, acordamos que le íbamos a dejar al susodicho de ojos verdes, fuente de nuestros deseos, y que repartía miraditas a diestra y siniestra sin compasión por nuestras  hormonas, la elección.

Por suerte para mi paz mental, la historia tuvo rápido y feliz final. Después de insinuaciones tras un café, una sangría, un screwdriver y cuanta bebida alcohólica y analcoholica habitaba en la carta del bar, cada una de nosotras obtuvo si bien no lo que deseó en un inicio, si lo que cada quien necesitaba. Mi amiga consiguió su affaire tras la barra y en los baños del bar y yo tomé raudales de margarita gratis, placer que nunca viene mal.

Mell

Érase una vez, la fortuna, no por bienaventuradas, sino por ser el nombre de nuestro recoveco predilecto a pie de costa para disfrutar de un buen café en la mañana, o unos maravillosos tragos tropicales durante las tres horas de Happy Hour. Tantos años llevamos asistiendo a dicho local que el portero ya nos pregunta por la familia, o nos comunica lo mucho que se nos ha echado de menos durante los dos días consecutivos que la economía no respaldaba nuestros planes de pasar la tarde allí, antes de acompañarnos a nuestra mesa de siempre. Un día, de esos que una sale sin intenciones macabras, fuimos mi colega de redacción y yo acompañadas de otra amiga a tomar algo y pasar el rato entre camareros guapos y bebidas a buen precio, o quizás no tan bueno, pero valía la pena cuando enfocabas tus ojos en la barra y te encontrabas, en su traje de marinero, al hombre más sexy que hubieses visto en mucho tiempo. Ese día, además de degustar todo tipo de aperitivos y bebidas, cortesía de la casa, nos deleitamos con la visión de aquel barman que no dejaba de regalarnos sonrisas a medias y miradas de complicidad. De las allí presentes, solo dos estábamos legalmente disponibles, así que, incentivadas por el alcohol e inspiradas en el amor mutuo y la confianza de años de amistad, mi colega y yo llegamos a un silencioso acuerdo: “Que gane la mejor”

Aquella noche comenzó una sana y honrosa competencia para erguirse como la ganadora y ver quien se iba a casa con ese trofeo. Me complace decir que salí de aquel local con la euforia de la victoria, el Nilo entre las piernas y el número de teléfono de “Ricky” como ya lo llamábamos cariñosamente entre nosotras. Con el paso del tiempo me tocó descubrir que además de tener unos bíceps impresionantes y una sonrisa encantadora, también tenía una novia de toda la vida y un precioso niño pequeño, y a mí nunca me ha gustado entrometerme en asuntos de familia. Así que, con un par de besos robados y el sabor de la desilusión en los labios, me levanté de la mesa de aquel bar y me despedí.

Ya el Ricky no trabaja en nuestro café favorito, ya no se viste de marinero, ni nos regala tragos, ni sonrisas, y ya nadie nunca nos ha preparado con tanto mimo otra Margarita. 

Alex


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