En silencio ha tenido que ser

Entras a un bar, con la música a tope, el humo de cientos de cigarrillos contaminando el cerrado espacio, gente bailando, conversando a gritos para sobrepasar la música, intercambiando sudor y otros fluidos, y allá, en la otra punta de la barra, pidiendo un gin-tonic, está “el chico del bar” ese que se sienta ahí, etéreo, imperturbable y ajeno y cuya función es llamar la atención de manera inalcanzable, hasta que llegue “la chica”, esa por la que vale la pena pagar un trago extra. Supongamos entonces que esa chica eres tú, el barman te entrega un Martini, cortesía del caballero de la barra, que te mira levantando su copa en un brindis silencioso, esperando que respondas a su coqueteo y des una señal para acercarse a ti. Te haces la difícil un rato más y bailas donde te pueda ver, regalando a sus ojos tus mejores movimientos, hasta que viene a donde estás tú y coloca su mano en tu cadera provocadoramente. Respiran casi el mismo oxígeno y se dicen de todo en ese mirar de ojos profundos y ese intercambio de esencias. Termina la canción del momento y al final te decides a darle la oportunidad que tanto rato lleva esperando. Y entonces sucede…hablan. Te habla y eres capaz de escuchar las faltas de ortografía, el acento burdo y el vocabulario “sensual” de estos tiempos en esta isla del caribe. Todo vuelve entonces a la normalidad, la picardía se ahoga en el Martini de hace un rato, las aguas se secan, para los entendidos, y las ganas se desaparecen. De pronto tienes novio, o eres lesbiana, o tu abuela se rompió una cadera y te avisan justo ahora por un teléfono que nunca sonó. Situaciones desesperadas, llevan medidas desesperadas. 

Alex

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