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Sentimiento pre-destinado

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 Ser mujer es una mierda. Ya está, lo dije. Es una mierda. Un día estas de lo más tranquila y de pronto te da por ver películas románticas, de esas que te hacen llorar, porque te has dado cuenta que necesita ver algo que te saque las lágrimas, de verdad; no estarlas soltando por ahí cada vez que miras el espejo o tu mascota decide rascarse. Eso es un sinsentido, así que mejor miras películas y así, al menos, si tu madre te pregunta, le puedes decir que Darcy acaba de confesarse a Elizabeth o que acaba de pasar la escena del niñito en Love Actually.  Pero es que encima, no hay chocolate. ¿Cómo se puede superar un momento de debilidad sin chocolate? La respuesta es simple: no se puede. Hay que llorarlo, hay que acurrucarse cual feto entre las sábanas y si puedes y quieres, hacerte un buen café que despierte algo diferente a la tristeza en tu cuerpo. Después, cuando crees que te estás recuperando, que ya puedes abrir las redes sin caer otra vez, te encuentras un recuerdo en Face...

Zorra, pero no tan zorra

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Hoy dedicaremos el café y la charla a esos hombres que nos tiramos sin darnos cuenta, esas acusaciones infundadas que siempre llegan a nosotras por un tercero y siendo las últimas en enterarnos. A ambas redactoras de este blog nos ha pasado, de maneras diferentes, pero con el mismo resultado; yo quizás peco de distraída y mi colega, aquí presente, de zalamera, pero juro solemnemente que en ningún caso se cometió el crimen por el que fuimos juzgadas. Esta historia está ambientada en los inicios de mi carrera universitaria, cuando un compañero de aula, muy inteligente pero poco agraciado (puede sonar superficial, pero una tiene una reputación que mantener y un gusto al que responder) al parecer, pues yo no me di por enterada, manifestó su interés por mi aun cuando su novia se sentaba en el mismo salón de clases que nosotros. A los pocos días de iniciar el curso, la chica empezó a ser particularmente desagradable conmigo, a competir tanto académica como personalmente y he de admitir que, ...

A la orilla de la chimenea

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Hoy todo es diferente, hoy no bebo café, en cambio el té se enfría en la mesa, hoy no hay calor, sino un viento húmedo que me regresa a cierto lugar a la orilla del mar, hoy no hago este cuento para reírme, o recordar un mal trago, hoy tengo una sonrisa nostálgica en el rostro y un remolino en el pecho, hoy vengo a hablarles del hombre perfecto. No nos engañemos más, no seamos tan duras con la vida, el hombre perfecto sí que existe, solo que viene en diferentes formatos para cada una. Quizás me tome más líneas de lo normal, pero se las merece, todas y cada una. Nos conocemos de toda la vida, pues es prácticamente parte de la familia; pero no empecé a notarlo hasta que cumplí los dieciocho años. Ese invierno fue muy parecido a los anteriores, las reuniones de navidad fueron como siempre, familiares y divertidas, a excepción de un insignificante detalle de pelo rojo y mirada dulce. Aquel año descubrí que detrás del chico con el que pasaba normalmente mis fines de año, se escondía un homb...

En silencio ha tenido que ser

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Entras a un bar, con la música a tope, el humo de cientos de cigarrillos contaminando el cerrado espacio, gente bailando, conversando a gritos para sobrepasar la música, intercambiando sudor y otros fluidos, y allá, en la otra punta de la barra, pidiendo un gin-tonic, está “el chico del bar” ese que se sienta ahí, etéreo, imperturbable y ajeno y cuya función es llamar la atención de manera inalcanzable, hasta que llegue “la chica”, esa por la que vale la pena pagar un trago extra. Supongamos entonces que esa chica eres tú, el barman te entrega un Martini, cortesía del caballero de la barra, que te mira levantando su copa en un brindis silencioso, esperando que respondas a su coqueteo y des una señal para acercarse a ti. Te haces la difícil un rato más y bailas donde te pueda ver, regalando a sus ojos tus mejores movimientos, hasta que viene a donde estás tú y coloca su mano en tu cadera provocadoramente. Respiran casi el mismo oxígeno y se dicen de todo en ese mirar de ojos profundos y...

Hola, linda

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Soy consciente de que mi colega de blog ya ha redactado un artículo dedicado al ligoteo cibernético, pero en este apartado no me voy a referir a una conversación entre dos personas con intenciones reciprocas y ánimo lúdico, no. Voy a dedicarlo a esos originales y atrevidos usuarios de las redes sociales que no encuentran otra manera de iniciar un intercambio que diciendo: Hola, linda. Estoy segura de que alguien ha tratado de investigar a estos sujetos como patrón de conducta psicológico, y si no es así, tomen nota, que propongo el tema para la tesis de diploma de cualquier estudiante de la psique humana. Es impresionante la frecuencia con la que llega a mi sección de mensajes un saludo de esta naturaleza, que dice tanto con tan pocas palabras. En esa simple frase se esconde una enmarañada red de pensamientos: vi tu foto mientras tiburoneaba en busca de víctimas y como no te conozco y no tengo nada más en qué fijarme, escribo un mensaje privado después de revisar cada una de las fotos ...

El efecto bumerán

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Bienvenidos todo a otro episodio de “Los hombres de mi vida”, esta vez tenemos como invitado especial, no a un tipo de hombre en específico, sino a una característica de algunas personas que puede verse tanto como un elemento para favorecer la elevación de la autoestima, o como una maldición con la que no tienes ni idea de cómo lidiar, pero a la que, a la larga, te acostumbras.  Ante ustedes presento (redoble de tambores, por favor): el efecto bumerán, como lo he llamado toda mi vida, y que describe esa suerte que tenemos algunos mortales de que, sin importar qué tan lejos o fuerte o con cuántas ganas lancemos a nuestras exparejas, siempre, siempre, siempre regresan. También tenemos la variante en la que te dejan a ti, pero deciden, luego de consultarlo con la almohada por un tiempo prudencial, que no fue una buena idea y que estaban mejor contigo. A todo el que ha pasado por esta situación, estoy segura de que ha sentido en algún momento una rabia descontrolada por lo gilipollas q...

Reseteando

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Hace poco me encontré una de esas publicaciones en Facebook a la que consideré dedicarle más de un pensamiento.  Decía que hay libros que son lectura de una vez, pero hay otros a los que siempre regresaremos, no existe una explicación pues ya los hemos leído y conocemos su contenido pero nos encontramos volviendo una y otra vez. Igual pasa con las personas y entonces me acuerdo de Pablo Coelho y su reflexión sobre los tres amores que hay en la vida: el  primero, ese inocente y repleto de fantasías; el segundo: el imposible, pero no por imposible platónico, todo lo contrario, es aquel que nos desborda el alma y los sentidos, por el que vivimos y morimos, ese que nos arranca las emociones más auténticas y viscerales, por el cual jugamos a la cuerda con la fina línea que divide el amor del odio, y  al que siempre, por más que pase el tiempo siempre volvemos, en una suerte de reseteo;  como si lográramos borrar los malos ratos y empezar de cero, a conocerse por segunda, ...